Concurso 1992
El concurso Papeles de Familia y la formación del
Acervo Histórico de Testimonios Familiares
Cuauhtémoc Velasco Ávila
Dirección de Estudios Históricos, INAH
La historia de la vida cotidiana, de la vida privada y en familia es uno de los campos relativamente novedosos de la historiografía. No basta con conocer las transformaciones en la esfera política, en el mundo de los negocios, de la economía, de las ideas y ni siquiera de los grandes conglomerados sociales. Para tener un cuadro completo de la trascendencia de los grandes cambios sociales es necesario tomar en cuenta el modo en que se transformaron las formas de vida y la concepción del mundo de la gente común o de las distintas capas de la población. Para conocer esos cambios en el tiempo se requiere penetrar hasta los comportamientos cotidianos en los ámbitos cerrados, que por definición son ajenos a lo público y entonces intentar entender cómo fueron sentidas, capturadas, pensadas y reelaboradas esas influencias sociales mayores.
No debe ser entendido este interés como un preciosismo historiográfico, o una curiosidad morbosa; las dinámicas de transformación y ruptura social, que son el objeto fundamental de la historia, muestran su significado y proyección en tanto que trascendiendo la esfera de lo público, son asimiladas en los cotos privados y se plasman en modificaciones de las formas de comportamiento cotidiano y en las relaciones personales. ¿Quién puede negar en nuestros días la profunda transformación que acompaña al siglo XX en cuanto a formas de organización de la familia, relaciones de pareja o relaciones sexuales? Y, sin embargo, no es suficiente sabernos parte de ese cambio, para entenderlo debemos conocerlo.
A principios de 1991 un grupo de investigadores de la Dirección de Estudios Históricos preparó una reunión de trabajo con el título Los usos amorosos en el México moderno. Entonces presenté un ensayo apoyado en el diario, las cartas y los versos de mi bisabuela, que dio pie a una discusión sobre la riqueza de ese tipo de documentos privados. En ellos se encuentran una serie de claves que dan cuenta de ambientes y comportamientos sociales, de formas y rutas del pensamiento, de transformaciones en las relaciones familiares y de pareja. Sin embargo, siendo guardados en el ambiente familiar, es poco común que los historiadores tengan acceso a ellos. Además, todos sabemos que esos escritos viejos están constantemente amenazados por la falta de espacio o por la pérdida del interés. Imaginamos entonces la compilación de testimonios de carácter personal y familiar, por lo que decidimos lanzar una convocatoria extravagante: llamamos a familias o personas que conservan en su poder diarios, cartas o memorias de sus antepasados para que nos hicieran llegar copia de su original, acompañados de fotografías, artículos periodísticos, volantes, invitaciones, participaciones o cualquier otro anexo que enriqueciera los acontecimientos narrados. Se otorgaron diez premios a los trabajos más completos, aunque al final debido a la calidad del material recibido se recomendó la publicación de algunos otros trabajos y se dieron menciones a la calidad del material grafico. El propósito final era formar un acervo de testimonios familiares. El periodo de recepción fue de junio a octubre de 1992.
Compartí con varios compañeros de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, la deliciosa experiencia de recibir a los participantes escuchar sus remembranzas, anécdotas y nostalgias. Fue emocionante recibir paquetes llenos de sorpresas y tratar de imaginar lo que quedaba en poder de los concursantes para solicitarlo.
El resultado fue sorprendente: se acumularon 276 expedientes que contienen los documentos de otras tantas familias de muy distintas partes del país. Para su recolección contamos con el generoso apoyo de los Centros Regionales del Instituto Nacional de Antropología e Historia, los cuales recibieron a nombre de la Dirección de Estudios Históricos 86 expedientes. Además, nos remitieron directamente desde el interior de la República cerca de 30 sobres con documentos. Ello garantiza un mosaico de información regional que se complementa claramente con la de los expedientes de residentes en la ciudad de México, ya que la mayor parte de sus historias familiares tienen que ver con la migración masiva a la metrópoli.
Aunque no se puso ninguna restricción al arco temporal de referencia, el grueso de la información se acumuló espontáneamente entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del presente siglo. Sin embargo, hubo singulares aportaciones de documentos del siglo XVIII y de la primera mitad del siglo XIX, así como memorias personales que acaban en 1992 o que incluso fueron elaboradas ex profeso para el Concurso.
En esos expedientes se leen historias de muy distintos sectores de la población: secretarias, obreros, administradores, contadores, militares, políticos, revolucionarios, cristeros, amas de casa, veterinarios, agrónomos, artistas, embajadores, ministros, por mencionar algunos que recuerdo. Ello es una de las más grandes riquezas del acervo, pues las experiencias ahí registradas retratan ambientes geográficos y situaciones sociales muy distintas entre sí. También se pueden encontrar en esos documentos opiniones divergentes y hasta diametralmente opuestas en relación a un tema o problema. Al recibir los papeles consideramos todos los testimonios valiosos y respetamos las ideologías que expresan, no por inocencia, sino porque su conocimiento brinda opciones de interpretación muy útiles al historiador.
Si el acervo tiene como característica la multiplicidad de actores y escenarios, se distingue también por la calidad de forma y fondo de los testimonios. Recibimos algunas participaciones que son memorias acabadas listas para publicarse, otros son notables por la narración de vivencias personales, algunos más contienen apreciaciones del momento respecto a hechos históricos relevantes, no faltan los que están llenos de fotografías, que es indudablemente una de las maneras del recuerdo propias de nuestro siglo.
Los propósitos de quien deja un legado en documentos escritos son diversos. No es lo mismo registrar para sí diariamente una serie de acontecimientos, que plantearse escribir recuerdos y anécdotas. Las anotaciones de un diario tienen el carácter más privado posible y sólo se entregan a los descendientes, cuando se les supone importantes por contener datos y experiencias útiles o cuando se quiere preservar una imagen personal. Por el contrario, escribe memorias quien se siente cargado de un cúmulo de experiencias transmisibles, y sólo lo hace en el momento en que está seguro de sus lectores y de la trama de su relato. De un género muy distinto son las cartas, que nacen de la circunstancial separación de los miembros de la familia, los enamorados o los amigos, y que sólo adquieren el carácter de documento familiar con el paso de las décadas y las sucesivas selecciones.
Quien escribe ese tipo de documentos lo hace impulsado lo mismo por el amor, por el dolor, por la distancia o lo hace por gusto. Como ese autor privado no requiere seguir más norma que la que él mismo se impone, y la mayor parte de las veces no se distingue por ser profesional de la escritura, los resultados no se atienen a reglas de género o normas de publicación. Aunque el uso de la palabra escrita presupone un lector, en la escritura privada florecen los sobrentendidos y las claves. En una carta, por ejemplo se aprecian entre las partes un sinnúmero de supuestos que pueden llegar a convertirse en auténticos códigos secretos. De cualquier forma, siempre se puede intentar descifrarlos, y en todo caso hay que decir que esa escritura personal, circunstancial y en ocasiones poco cuidada, resguarda la frescura de un testimonio que no es característica de los textos destinados a un público amplio.
El atesorador de recuerdos familiares siempre se asume como un eslabón en la cadena entre los antepasados y los descendientes. Se enorgullece de conservar documentos, fotografías y antigüedades y los muestra a la menor provocación. Ello presupone un sentido de comunidad familiar que trasciende a los siglos y una proyección del recuerdo en el futuro lejano. Sin embargo, los criterios de este avaro de recuerdos familiares van desde la simple curiosidad hasta la necesidad de conservar los símbolos de la estirpe. No controla por desgracia los materiales sobre los que puede ejercer su avaricia, pues se debe conformar con aquellos que sobrevivieron a un día de limpieza a fondo o a un cambio de residencia.
Hemos tocado conscientemente con este concurso la vena sensible del recuerdo personal, con el propósito de acercar los objetivos de estos legítimos poseedores de recuerdos y los de los historiadores. Cada día es más claro que la historia nacional no se compone únicamente de grandes acontecimientos formadores de la nación, de extraordinarios personajes que fundaron las instituciones mexicanas. El límite de la historia mexicana sólo puede ser el conjunto de las experiencias vividas por los mexicanos a lo largo de los siglos. Es un objetivo imposible de alcanzar, algo infinito que en la práctica no se puede indagar, escribir o representar. Pero esta premisa nos obliga como historiadores a investigar no sólo la conocida historia de gobernantes y hechos fundadores, o el devenir de transformaciones sociales y económicas, o las grandes corrientes del pensamiento y la cultura; nos obliga a poner atención en la experiencia personal y en la manera en que fueron sentidos y vividos acontecimientos familiares, de trabajo, en la localidad o cómo se expresaron concretamente cambios políticos o económicos de mayor alcance. Hemos caído muchas veces en el absurdo de querer interpretar una época exclusivamente con los parámetros de la nuestra, como si los actores de los hechos no hubieran reflexionado acera de su situación, como si al historiador le correspondiera emitir un juicio definitivo sin dejarse influenciar por las opiniones de los contemporáneos a los hechos analizados. Los argumentos de los protagonistas contienen necesariamente un conjunto de razones, un modo de ver las cosas y sólo es en ese contexto que actúan. Los papeles privados por definición están exentos de la criba que presupone hacer públicas las ideas. Por ello, los matices contenidos en esos testimonios y memorias indudablemente nos permiten percibir detalles en la trama de los procesos sociales, pero además contribuyen a desbrozar el camino hacia la poco conocida historia de la llamada "célula de la sociedad", es decir, la familia.
Esta es la razón por la que los historiadores apelamos a los guardianes de recuerdos para que abrieran sus arcas y nos permitieran asomarnos a su pasado particular. Hemos encontrado una respuesta más que generosa de parte de los participantes, quienes han ocupado su tiempo y han puesto en nuestras manos documentos de incalculable valor.
Como resultado del concurso se han publicado los siguientes testimonios:
1. Adorada Laurita, epistolario familiar de Toribio Esquivel Obregón, prólogo de Beatriz Cano, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1996.
2. Cuatro siglos de una familia criolla de Francisco Fernández del Castillo de Campo, prólogo de Beatriz Cano, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1996
3. De sus ojos depende mi vida, Anónimo, prólogo de María Eugenia Fuentes Bazán, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1996.
4. Tuyo o de nadie: cartas a Mercedes Martínez Carrillo por Merced Ruiz Camarena, prólogo de Ana Rivera, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1997.
5. Apuntes para mis hijos y mis nietos de Agnes Pierce, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1997.
6. Así construimos la nueva sociedad de Hermenegildo Santos, prólogo de Beatriz Cano, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1998.
7. Recuerdos: memorias, poemas y acrósticos de Gloria Contreras Humarán, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2000.
8. Viaje a la Alta California 1849-1850 de Justo Veytia, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2000.
9. Diario de Mamá Petrita de Petra Ramírez Arellano, Durango, Universidad Juárez de Durango, Instituto de Cultura del Estado de Durango, Ayuntamiento de San Juan de Guadalupe, 2000.
También se publicó un volumen de reflexiones de varios historiadores sobre el trabajo de este tipo de fuentes titulado “Papeles de familia: cartas, memorias, diario e imágenes” (México, Dirección de Estudios Históricos, 1996) y desde luego la Guía del Acervo Histórico de Testimonios Familiares (México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Dirección de Estudios Históricos, 1994), en la que se puede consultar una breve descripción de cada uno de los expedientes recibidos, así como sus autores y donadores.
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Inevitable preguntarse, ¿cuál puede ser el papel o la importancia de este tipo de acervos frente al infinito universo del recuerdo? Es claro, a ningún historiador se le puede culpar por no lograr descifrar todo lo pasado, pero tal vez sí por dejar de intentarlo. Desde cualquier perspectiva, el universo posible del recuerdo personal es de enormes proporciones, un espacio en que debe considerarse el entrecruzamiento de al menos los siguientes ejes: el arco temporal, la ubicación espacial, el lugar social y el alcance testimonial de la propia fuente. Además, la singularidad de los documentos familiares obliga a una crítica a fondo, en que deben distinguirse los objetivos de los autores, el ámbito familiar y social en que se encuentran, la circunstancia particular y hasta el momento emocional en que se producen.
Frente a lo inimaginable sólo nos queda la metáfora: por ello no deja de rondar en mi cabeza la imagen de que cada uno de estos testimonios es una pequeña pieza de un enorme rompecabezas tridimensional. A través de esa breve ventana tenemos que mirar un pasado que sabemos muy complejo y diverso. Conscientes de las limitaciones que ello implica, debemos aprovechar la mirada plural que nos brindan esos testimonios y esforzarnos al menos en multiplicar la cantidad de piezas y ventanas para enriquecer nuestro conocimiento de ese cosmos pretérito.
Afortunadamente a raíz de nuestro concurso, aunque no necesariamente derivado de él, se han desarrollado otros esfuerzos institucionales por recabar este tipo de documentos:
- • Universidad Iberoamericana, Archivo Histórico creado en 1995, llamado al principio “Papeles de Familia” bajo la dirección de María Isabel Saldaña Villarreal y actualmente “Juan Agustín de Espinoza”.
- • Universidad Iberoamericana, plantel Saltillo, inició en 2005 como concurso “Papeles de Familia” a cargo de Martha Rodríguez y ahora se nombra Archivo para la Memoria.
- • Concurso “Independencia y Revolución en la memoria ciudadana” organizado por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), ambos organizados por sus centros regionales con sede en Jalisco, realizado el año 2009.
Desde luego también habría que considerar que existen numerosos fondos documentales de empresas y particulares, algunos de los cuales forman parte de la Asociación Mexicana de Archivos y Bibliotecas Privados A.C. y otros que se han aglutinado en las instituciones públicas, mediante donaciones o adquisiciones de archivos personales.
Ese conjunto ya nos pone en mejor situación para rescatar testimonios familiares y visiones personales, lo que sin duda constituye una herramienta fundamental para constituir la Memoria del Mundo.
En el caso particular del acervo “Papeles de Familia” que actualmente reside en la Biblioteca Manuel Orozco y Berra de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, cabe comentar que ese proyecto no se le dio la continuidad que merecía, debido a compromisos académicos de los participantes, pero también porque no nos resultó sencillo continuar con la fuerte carga emocional que supone esa forma de recolección de testimonios personales.
Me explico. Durante la realización del concurso llegaron a nuestras oficinas muchas personas que buscaban depositar no solamente los documentos familiares, sino también el gran peso emotivo de su pasado, fuera este glorioso, trágico, penoso, traumático, memorable, reconocido, despreciado y a veces hasta histórico. El caso es que llegaban personas de todos los niveles sociales, algunas de edad muy avanzada que apenas podían subir las escaleras del edificio, con la ilusión exaltada de que por fin una institución pública haría caso a sus recuerdos y reliquias personales. Hicimos lo mejor que pudimos, nos tomamos el tiempo para oír, nos limitamos a recibir las cartas, documentos oficiales, manuscritos y numerosas fotografías, y gracias a la buena actitud de los miembros del equipo pudimos generar confianza para ser depositarios de ese material. Siento que podríamos haber hecho más, si hubiéramos tenido la preparación psicológica adecuada para atender la necesidad de tanta gente por exponer sus sentimientos, afectos y frustraciones, al tiempo de entregar el testimonio de sus recuerdos más sentidos. Para nosotros, eran sesiones duras en que debíamos escuchar testimonios crudos y descripciones de conflictos personales, que implicaban un desgaste emocional difícil de manejar.
Esto lo comento, porque quiero dejar asentado que esta experiencia nos convenció del potencial que tiene convocar a la memoria viva y a sus antecedentes, es decir a las bases de la imagen personal y familiar, así como los a los mitos y la explicación de su origen. Sin duda, rescatar los recuerdos y referencias personales es uno de los mejores métodos para demostrar a los adultos mayores que nos importa su existencia y experiencia. Ello nos lleva a reconocer el alcance que podría tener un proyecto bien manejado.
Suena un tanto extraño, pero estoy convencido que un proyecto multidisciplinario bien organizado que asociara la recolección de testimonios familiares y personales con la atención a las personas mayores, puede ser mucha utilidad para las partes involucradas:
- • En primer lugar demostraría a los ancianos que el reconocimiento a su legado vivencial no es discursivo, sino efectivo. Las personas mayores no tienen la expectativa de un reconocimiento a largo plazo de su legado, sólo les urge depositar de la mejor manera posible sus recuerdos, mismos que están en peligro de perderse definitivamente si fallecen.
- • Un taller de elaboración y documentación de la memoria personal, tendría un efecto multiplicador, porque involucra grupos, contagia entusiasmos, incorpora a familiares y amigos, revive identidades y en este sentido tiene el efecto de una notable terapia individual y grupal.
- • El programa dotaría a las instituciones involucradas de presencia relevante en el cumplimiento de dos objetivos: la atención efectiva a los adultos mayores, su activación como sujetos de la historia, y la recuperación de la memoria viva y de manuscritos familiares, de otro modo inconseguibles.
- • Los historiadores seríamos los ganones en cuanto a posibles visiones y enfoques sobre la historia, como lo expliqué anteriormente, aunque en una proporción mayor.
El proyecto Papeles de Familia nos obligó a asomarnos al enorme potencial de los testimonios personales, a la viva necesidad de los seres humanos de todas las condiciones de dejar sentada de algún modo su experiencia en beneficio de las generaciones futuras.
Ojalá haya instituciones que continúen ese esfuerzo, y saquen el provecho al que nosotros apenas atisbamos.
México, D.F. 27 de octubre de 2010.