Fragmento

"Las trompadas de Miguel"

Miguel mi hermano durante algún tiempo se dedicó a hacer dulces en la casa. Ponía un cazo en la lumbre y lo llenaba con 10 piloncillos, cuando espesaba, protegiéndose con un trapo para no quemarse, estiraba el piloncillo hasta un clavo que estaba en la pared y del cual sostenía la punta para darle forma. Después los iba cortando como de 1 pulgada y formaba una figura que parecía un puño cerrado. Son los dulces que ahora se conocen como "charamuscas" pero en aquel entonces llamaba mis "trompadas".

Las vendía a un centavo y completaba sus ventas con gaznates que le daba una señora para venderlos con un 10% de ganancia. Se dedicó a eso una buena temporada hasta que consiguió entrar con el señor Luis de la Peza como aprendiz de joyero y me dejó sus ventas.

No sé si por hambre o por gula, el caso es que siempre pellizcaba los gaznates por la orilla. Tenía yo suerte para vender y hubo una ocasión en que se asomó una señora por un balcón llamándome con mi charola pues iba a tener una fiesta y se quedó con todo lo que llevaba.

Lamentablemente no perdía oportunidad de pellizcar los gaznates y confieso que me sabían a gloria. Un día me sorprendieron y se acabaron las ventas de gaznates y "trompadas".

Del libro:Búsqueda de una meta
Salvador Delgado Castillo
"Chenchito". 1907-1990

La ilusión de mamá

Una de las más grandes ilusiones de mi madre era comprarse una máquina de coser "Singer" que costaba $145.00, mismos que no tenía. Durante todo el tiempo que trabajó en la panadería ahorraba e iba a abonar $5.00 cada quince días a la Agencia de las Máquinas. Cuando había dado un poco más de la mitad, le entregaron la máquina con la condición de que continuara pagándola con los $5.00 quincenales ya establecidos.

En cuanto la recibió, compró telas y les hizo unos vestidos a mis hermanas, a nosotros unas camisas de dril y muchas otras cosas. Fue para ella un sueño hecho realidad y sólo esperaba tener tiempo para sentarse a coser.

No sé por qué circunstancias mi madre supo que la mejor tienda de la ciudad "El Puerto de Veracruz" daba camisas a coser a varias señoras y rápidamente fue a solicitar un trabajo. La primera vez le dieron tres camisas ya cortadas con los cuellos aparte y la pechera y la parte de atrás prendidas con alfileres. Me imagino que eran como prueba para ver qué tal le quedaban. Recuerdo muy bien que veló dos noches seguidas y las camisas le quedaron perfectas. Fue a entregárselas al señor Álvarez que era el dueño y aprobándolas le pagó 70 centavos por cada una. Le dijo que si quería podía volver en dos días para que le dieran una docena más. Mi madre después de acostarnos se levantaba muy quedito y se ponía a coser hasta la madrugada. Nuevamente fue a entregarlas y recuerdo muy bien que de antemano había preparado una lista de lo que iba a comprar con lo que le pagaran. Regresó con la cara muy iluminada llevando un paquete de bisteces, café, leche, azúcar, pan de dulce y algunas otras cosas. Inmediatamente después nos dijo: "Muchachos, coman hasta que se harten" y nosotros estábamos felices. Así continuó trabajando para los Álvarez y las prendas para coser fueron en aumento. Ella era la mujer más feliz del mundo cuando se sentaba frente a la máquina y la recuerdo cosiendo hasta muy noche.

Del libro:
Búsqueda de una meta
Salvador Delgado Castillo
"Chenchito".
1907-1990